domingo, 27 de enero de 2013

Capítulo 2

Desayunos con mamá




La luz ya se filtraba entre las cortinas entreabiertas. Me había pasado casi toda la noche mirando el pedazo de cielo que se veía entre ellas, intentando buscar algo bueno ahí fuera. Decidí que ya era momento de levantarse, así que bajé en pijama a la planta baja. Incluso desde las escaleras podía oler las tostadas de Molly. Entré en la cocina restregandome los ojos y respondiendo un vago uhm al ¡Buenos días, señorita! de la mujer.

Molly era nuestra criada. Era la persona más persistente del mundo. Llegaba a ser irritante cada vez que se proponía que hiciera algo productivo o que saliera por ahí a dar un paseo. Toda la preocupación que le sobraba a ella le faltaba a mi madre. Quizá por eso siempre la había visto más como una figura materna de lo que nunca había sido para mí mi madre. Era la única con la que no me sentía una victima de mi pasado. Cuando pasó lo de Eros fue la única que entendió lo que sentía, y a partir de ese momento solo con ella podía sentirme bien siendo mi yo de antes.

Cuando nos sentamos a tomar el desayuno mi madre entró en la habitación, móvil en mano, frénetica, hablando con el que me imaginé que sería su abogado. Otro divorcio. El tercero después de mi padre. Desde que vi entrar al Señor Triceratops supe que no durarían mucho. Le encantaban las mujeres, las miraba como si fuera un león a punto de cazar una gacela. No podía aferrarse a una sola, así que no tardó en acostarse con su secretaria. Ni un año había durado el enlace. Ahora mi madre se peleaba por coseguir el mayor beneficio posible de aquel bochornoso estado. Estaba tan metida en el asunto que ni siquiera dijo buenos días cuando se sentó a la mesa, aún reprochando la falta de competencia de su abogado a las tostadas.

La miré un instante. La vi un poco más vieja de lo que la recordaba. Las noches sin dormir, su estresante trabajo y esta nueva situación marcaban sus pequeñas arrugas, deslucían el maquillaje, la empequeñecían unos milimetros. Sin duda había sido y era una mujer hermosa. Nada más verla se percibía la elegancia y la feminidad, apestaba a dinero y éxito. Sin embargo no creía que fuera una mujer feliz. Incluso me probocaba pena pensar en que se embarcaba en nuevos matrimonios pensando en que así dejaría de naufragar en la soledad. Pero la verdad era que nunca le había abierto su corazón a nadie, ni siquiera a mi. Por eso moriría sola, sin nadie que realmente la quisiera o si quiera la conociera de verdad. Los 17 años que llevaba viéndola ir y venir de sus reuniones solo me habían dado para conocerla, quizá, un 45%.

Al verla ahí, con la frente fruncida mirando a su revista mientras comía sin ser consciente del qué, pensé en lo triste que era vivir con alguien a quien apenas veías y conocías. Así que pensé que...

—Mamá, ¿por qué no vamos hoy a...? —inquirí antes de darme cuenta de que bajo aquel pelo perfectamente peinado llevaba unos auriculares. Entonces me sorprendió hablándome, aunque no parecía haberme escuchado.
— Oh, mira, Kailyn, una subasta de caballos Hannoverianos esta tarde, podríamos ir. Quizá encuentres alguno que te guste, ¿que te parece? — dijo mirándome por encima de la revista.

Si mi madre supiera algo sobre mí sabría que eso era lo último que quería oír. Fue en ese momento cuando recordé por qué solía odiar a mi madre. No sabía escucharme.

— Mamá, nunca me escuchas. No quiero otro caballo. Ya te lo he dicho. Yo quiero a Eros, y Eros no volverá jamás, así que asúmelo. Nunca volveré a montar si no es con él. Siento que ya no puedas presumir de que tu hija concursa a nivel nacional. Ya que al fin y al cabo es para lo único que pareces tener hija: para quedar bien delante de los demás.

Subí a mi habitación y no salí en todo el día. Tocaron varias veces en la puerta, pero supe por el modo de dar golpecitos que se trataba de Molly. Insistió durante intervalos de una hora, y no paró hasta que a las 8 de la noche le abrí la puerta. Ella sabía que lo único que funcionaba en momentos así era una taza de té, un abrazo y ver algo en la tele juntas.

Mi madre pasó aquella noche fuera, en algún hotel lujoso a las afueras de alguna ciudad. Posiblemente para resolver asuntos del trabajo, aunque quizá fuera una forma de alejarse de su vida y sus problemas. No puedo culparla. Si yo pudiera hacer lo que quisiera probablemente lo habría hecho también.


Continuará

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